lunes, 12 de abril de 2021

Sturm und Drang

 

("La pesadilla" o "El ïncubo" (1781), de Johann Heinrich Füssli (Henry Fuseli)).


"Si observamos las piezas teatrales de cuarto, quinto y sexto orden de calidad que el llamado movimiento del Sturm und Drang alemán produjo entre los años 1760 y 1770 encontraremos un tono muy diferente del que prevalecía en la literatura europea de otros lugares. Tomemos como ejemplo a Klinger, el dramaturgo alemán que escribió la obra denominada Sturm und Drang ("Tempestad y empuje"), a la que el movimiento le debe su nombre. En una de las obras dramáticas de Klinger llamada Los gemelos, uno de ellos, un poderoso, imaginativo y ardiente romántico, mata a su débil, presuntuoso y desagradable hermano por no permitirle, argumenta, desarrollar su naturaleza personal de acuerdo a las demandas titánicas o demoníacas que ella le impone. En todas las tragedias anteriores se asumía que en alguna otra sociedad no habría lugar para estas horrendas desgracias. La sociedad es mala; por tanto, debemos mejorarla. Socava a los hombres; pues bien, uno debe poder imaginar una sociedad mejor, como hizo Rousseau, la cual no sofoque a los hombres, donde la gente no luche entre sí, los malos no estén arriba y los buenos abajo, donde los padres no torturen a sus hijos y las mujeres no estén prometidas a hombres que no aman. Tiene que ser posible edificar un mundo mejor. Pero esto no ocurre en la tragedia de Klinger, tampoco en Julio de Tarento, la tragedia de Leisewitz.

No deseo seguir enumerando nombres debidamente olvidados, pero en términos generales la esencia de estas obras que hay algún tipo de conflicto insoluble en el mundo, en la naturaleza misma, que determina que los fuertes no puedan convivir con los débiles, que los leones no puedan hacerlo con los corderos. Los fuertes deben tener espacio para respirar y los débiles deben ir al paredón. Si los débiles sufren, es natural que resistan, y es justo que lo hagan, como lo es que los fuertes los eliminen. En consecuencia, el conflicto, el choque, la tragedia, la muerte -todos esos tipos de horrores- están inevitablemente enmarañados en la naturaleza del universo. Esta visión es fatalista y pesimista, no es científica ni optimista, ni siquiera es, en algún sentido de la palabra, espiritual y optimista.

Esta actitud tiene cierta afinidad natural con la concepción de Hamann de que Dios está más cerca de lo anormal que de los normal. Es algo que él dice abiertamente: lo normal no comprende realmente lo que pasa. este es un momento original en el que todo el complejo à la Dostoievski hace su aparición. En cierto sentido, evidentemente, se trata de una aplicación del cristianismo, aunque bastante nueva al ser tan sincera y profunda. Según esta concepción, Dios está más cerca de los ladrones y prostitutas, de los pecadores y taberneros, dice Hamann, que de los suaves filósofos de París, o de los suaves clérigos de Berlín que intentan reconciliar la religión con la razón, lo que consiste en una degradación y humillación de todo lo que le importa al hombre. Todos los grandes maestros que han destacado en el empeño humano, señala Hamann, fueron de algún modo hombres enfermos, tuvieron heridas -Hércules, Áyax, Sócrates, San Pablo, Solón, los profetas hebreos, las bacantes, las figuras demoniacas-, ninguno de ellos fue una persona en su sano juicio. Esto, me parece, es el corazón de toda esta violenta doctrina de afirmación personal que constituye el centro del Sturm und Drang alemán.

Sin embargo, todos esos dramaturgos son, comparativamente, figuras menores. Me refiero a ellos simplemente para mostrar que Hamann -quien creo merece justamente ser recuperado de la oscuridad del olvido- no estaba solo. La única obra valiosa y digna de atención que produjo el Sturm und Drang fue Werther de Goethe; es una expresión típica de su autor. Allí tampoco hay cura. No hay ningún modo por el que Werther pueda evitar el suicidio. No hay forma de solucionar el problema, estando Werther enamorado de una señora casada, siendo el voto matrimonial lo que es, y creyendo los dos en él de esta forma. Si el amor de un hombre y el de otro entran en confrontación se da una situación desesperada e impotente que termina necesariamente mal. Esa es la enseñanza moral de Werther, y por esto se dice que jóvenes de una y otra comarca de Alemania se suicidaron en su nombre. No se debe a que en el siglo XVIII o en su sociedad en particular no existiera una solución adecuada, sino a que se desilusionaron del mundo y lo representaron como un paraje irracional donde era imposible en principio encontrar una solución.

Este es el ambiente que se desarrolló en Alemania entre los años 1760 y 1770."


Extracto de "Las raíces del romanticismo", de Isaiah Berlin.